San Francisco pidió luz para su propio corazón envuelto en tinieblas. pidió luz para concerse y para liberarse de sus complejos y así poder ser más humano y ayudar a los otros. Desde su pobreza como criatura y como ser humano frágil sintió la necesidad del Señor y desde el Señor entendió su pobreza. el encuentro con Jesucristo fue lo que realmente le permitió iniciar un proceso de conversión serio y así salió del siglo.
En el Testamento Francisco dice: "El Señor me dio de esta manera a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia" (Tes.1). La forma de vida evangélica la entendía como hacer penitencia y ello le implicaba nacer de nuevo y no simplemente una renovación de la vida: le implicaba una nueva forma de existir y de actuar y es por este motivo que el mismo Francisco afirma que fue el Señor quien le otorgó la gracia de poder hacer penitencia. La gracia misma del Señor lo condujo al leproso con quien practicó la misericordia y así constató el cambio en su corazón o en su ser. La vida de Francisco es una llamada a la conversión.
Practicar la misericordia: El Señor condujo a Francisco al encuentro con el leproso y allí descubre el rostro desfigurado de Jesucristo en el pobre, en la degradación humana. La misericordia que practicó Francisco es la misericordia con el menos favorecido. Practicar la misericordia no es otra cosa que entregarnos al amor y el servicio, actuar como el Buen Samaritano con el herido del camino.
A menudo afirmamos con tanta elocuencia nuestro ser Menores, y la forma en que la minoridad califica nuestra misión y nuestra vida fraterna. Se afirma que ser menores no es una clase sino una condición como la de Cristo: un encarnarse en la realidad, hallarse bien al lado de los menos favorecidos o los pobres y necesitados, estar sometidos a todos y desempeñar el oficio de lavar los pies como expresión de servicio cualitativo.
La misericordia y el servicio nos permite salir de nosotros mismos e ir al encuentro del otro, porque la vida evangélica y penitente del Hermano Menor Conventual le exige implicarse y complicarse con el otro. Hoy, necesariamente, se debe entender el seguimiento de Jesucristo tras la s huellas de Francisco, no como ascenso sino como descenso, no como gloria sino como actitud kenótica, no es de centro sino de frontera, no es ganancia sino pérdida. Hoy, debemos ser menores, sirviendo, pobres, entregados y libres, despojados de nosotros mismos. El verdadero encuentro con el Crucificado se da a través de los nuevos leprosos de nuestra historia.
Debemos abrir de para en par las puertas de nuestro ser al Espíritu del Señor, para convertir nuestra existencia en fuente viva de donde brote el Evangelio de Jesucristo. Debemos perseverar en la doscilidad al Espíritu sino corremos el peligro de convertirnos en hombres de iglesia y trabajar para el Señor pero sin él.
Fr. Rafael Garavito OFMConv.
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