Buen Dia Herman@, Paz y Bien en el amor de Nuestro buen Dios.
"Cuando quieres realmente una cosa,todo el universo conspira para ayudarte a conseguirla".

miércoles, 31 de agosto de 2011

Carta de agradecimiento a Dios




MI DIOS…

Quiero expresarte mis sentimientos en mi diario vivir de luchas y victorias. Ahora me detengo un instante y miro hacia delante, comprendo he caminado un largo trecho donde tu luz me fue alumbrando cada día con mayor intensidad… Miro también hacia atrás para ver el camino por donde me guiaste… GRACIAS MI DIOS, por salvarme cuando estaba ciega, prisionera y angustiada, tú me iluminaste y tuviste misericordia de mi, por eso mi dios sé que tu estas en mi ahora, y más allá de mis pensamientos…

MI DIOS… Hoy te doy gracias porque me guiaste por el camino correcto para llegar al amor verdadero… GRACIAS… porque en mi caminar de tu mano nunca me abandonaste, pusiste el dedo sobre mis llagas para que a través del dolor de mis heridas tuviera que enfrentarme a ellas para poder sanarme emocional y espiritualmente, me obligaste sutilmente a mirar la miseria dentro de mi alma para que fuera capaz de descubrir las cadenas que me aprisionaban…

GRACIAS MI DIOS… Me diste la dicha de descubrir la verdad de mis tristezas, las razones por las que fracase en tantas cosas a causa de mi torpeza y error de pensar que en la vida el trabajo es lo primero cuando mi corazón me gritaba necesito un tantito de amor pero más importante aún, me diste el amor un amor que llena toda mi vida de felicidad…

GRACIAS MI DIOS… Ahora puedo entender que en mi camino permitiste momentos de lucha intensa y de angustia para moldear mi carácter y encaminarme hasta mi verdadero amor, me enfrentaste ante tanta gente de mal corazón que por momentos me arrebataban mi paz interior, pero no me dejaste sola con ellos en cada lucha me diste el tiempo que necesitaba para alcanzar la victoria, no con mis fuerzas sino con la fuerzas de mi espíritu y el amor y respeto a mi prójimo

GRACIAS MI DIOS… Ahora veo con paz mi pasado no para llorar por mis errores, sino para reconocer mi ceguera espiritual en que me encontraba, pero tu pronto me alumbraste poniendo en mi ser entendimiento me diste también la capacidad de pedir perdón y perdonar a todos los que de alguna forma tal vez sin querer me dañaron y perdonarme a mi misma también.

GRACIAS MI DIOS

Autora: Carmela

Construir la paz desde el amor y la justicia



Suenan de nuevo los tambores de guerra. Todos la temen, pero basta con pocos para que el odio enfrente, nuevamente, a miles de hombres de países y lenguas distintas. En el campo de batalla los soldados sentirán miedo. En las ciudades y en los pueblos, los civiles sufrirán nuevamente ante la "inteligencia" de las bombas que caen donde no deben. Muchas esposas y muchos hijos no sabrán si mañana llegará la noticia de la muerte del esposo o del padre que está allá, lejos, luchando una guerra que quizá nunca quiso.

La ciencia, la industria, el derecho, los acuerdos internacionales, no pueden frenar el corazón del hombre que camina hacia el odio, hacia la muerte. Cada uno de nosotros es capaz de construir un mundo de paz o de sembrar rencores, tal vez cerca (en la familia, en el trabajo), tal vez lejos.

Defender la paz sólo es posible desde la justicia y el amor. Por eso hoy nos amenazan nuevas guerras. Quedan por resolver injusticias en tantos lugares del planeta, hay millones de hombres y mujeres que necesitan agua, pan y un hogar digno para ellos y sus hijos. Mientras se mantengan los sistemas que han promovido la injusticia, seguirá encendida la mecha de la rabia y de la desesperación que podrá ocasionar más dolor y más muerte en un mundo ya de por sí lleno de heridas.

Trabajar por la paz es posible desde dentro. Hay que mirar el propio corazón para extirpar las raíces de los odios, para apagar la sed de venganza o la ambición de poder. A la vez, hay que comprometerse plenamente, con energía, en la promoción de un mundo más justo y más solidario, donde no haya explotadores ni explotados. Donde no se persiga a un pueblo por ser de raza o religión distinta de la propia.

No siempre es fácil. Hay culturas que han sembrado, durante siglos, el espíritu de odio y la sed de la conquista. Pero también ha habido y hay miles y millones de hombres y de mujeres que no dejan de pedir, de gritar, de suplicar: ¡paz, paz, todos queremos vivir en paz! Es el grito que encarna un Papa que sufrió de joven una horrible guerra nacida del odio y del racismo: "¡nunca podremos ser felices los unos contra los otros! ¡Nunca el futuro de la humanidad podrá asegurarse a través del terrorismo y de la lógica de la guerra!" (Juan Pablo II, 23 de febrero de 2003).

Hoy podemos cambiar un poco nuestro mundo inquieto. No es fácil, ni las guerras desaparecerán de la noche a la mañana. Pero los conflictos se vencen cuando se dan la mano algunos que antes eran enemigos, cuando los ofendidos perdonan a los ofensores que piden perdón, cuando pensamos más en la justicia y menos en la defensa de los intereses políticos o económicos del propio grupo o nación. La paz es posible si dejamos que Cristo nos gane el corazón y nos haga menos egoístas y un poco más buenos para con todos, también cuando llevan un uniforme distinto, hablan otra lengua o pronuncian oraciones que no conocemos. Dios es Padre de todos, y puede reunirnos, con su Amor, por encima de los odios y rencores del pasado.

Autor: 
Padre Fernando Pascual L.C.

La paz, fruto del amor y de la oración


Cuando alguien le preguntó a San Ignacio cómo habría reaccionado si su orden se hubiera disuelto, él respondió que para superar una crisis así "una hora de oración le habría bastado". No sólo él, sino todo el que ora, experimenta la paz como fruto de la oración. En la oración, o mejor, en el encuentro con Dios, cuando el hombre espiritual se abre a Dios, su corazón inquieto encuentra reposo. La naturaleza del fuego es arder hacia arriba. De modo análogo, también el deseo del hombre tiende hacia lo alto. Sólo siguiendo este orden, al que el hombre está destinado por el vínculo de la caridad, él encuentra su paz.
El hombre inquieto es, por el contrario, un hombre disperso en la propia afectividad y por tanto incapaz de ordenar los propios afectos, los cuales en lugar de tender hacia lo alto van hacia abajo. Es una persona espiritualmente inmadura que a menudo no tiene paz; como una barca en naufragio constante que está bajo la amenaza de vientos y mareas que la agitan continuamente, una barca en la que se podría decir que Cristo aún duerme. Estos afectos, que San Agustín identificó de manera simbólica con los pies, es decir, como el movimiento del alma, aun caminando sobre la tierra, deben tender hacia lo alto.
Querría evitar que un razonamiento así suscite ideas erróneas, y lleve a pensar que estoy condenando cualquier tipo de afecto terreno, justificando sólo aquél que se dirige a Dios. Debemos mantenernos lejos de tal afirmación, pues el mismo Seńor nos ordena que amemos al prójimo - es un mandamiento, no es opcional - pero lo hace siempre en el contexto del amor divino, lo que hace pensar que la felicidad humana es imperfecta, y por tanto incapaz de satisfacer del todo el corazón del hombre. Desde esta perspectiva podemos concluir que el corazón inquieto encuentra reposo solamente en Dios.
En nuestra búsqueda de la paz existe otro tipo de error que debemos evitar absolutamente: cuando de la paz hacemos un "absoluto". En el pasado existía una corriente mística llamada quietismo, en la cual el hombre ponía todas sus fuerzas para buscar la paz y, en cierto sentido, ponía a Dios en el segundo lugar. El Seńor se convertía en el instrumento para adquirir la paz, cuando en cambio lo que Jesús dice es: "He venido a traer la guerra y no la paz"
El tipo de paz al que Jesús se refiere es un falso tipo de paz; una paz que se quiere obtener sin la cruz, sin la muerte a uno mismo; una paz que nos hace recaer de pleno en nuestro egoísmo y en nuestros miedos que, a su vez, pueden suscitar en nosotros una especie de fuga espiritual enmascarada por un aparente estado de paz. La paz es siempre fruto de algo: fruto de la presencia del Espíritu Santo, pero también de nuestras buenas obras.
Normalmente se habla de tener buena conciencia después de haber hecho buenas obras. Hablando místicamente, se trata del reposo del alma, fruto de haber obrado bien. Haciendo el bien, el alma imita a su Creador que, tras haber realizado la obra de la Creación (que resultaba buena a sus ojos), en el séptimo día reposa. Podemos concluir, por tanto, que la paz sin la realización del bien se convierte en una paz aparente, aunque también es cierto que el cristiano en la búsqueda de la paz vive una especie de paradoja, porque debe contemplar su cruz de la que le vendrá la paz. La fuente de nuestra paz es la misericordia de Dios. El hombre, con su caída, pierde el sentido de la justicia y la capacidad de establecer la paz sobre la tierra. Sólo con la intervención de la Gracia, que es el nuevo orden de la creación, es posible tener paz en la tierra. Confiados, debemos buscar nuestra paz en el perdón del Padre, es decir, en el sacramento de la confesión, la mayor fuente de paz. Pidamos esta gracia a la Reina de la Paz, que desde hace veinte ańos enseńa que la paz es un acontecimiento personal entre Dios y el hombre. Un hecho "personalísimo", por esto debe brotar del corazón del hombre que, a su vez, revertirá en la familia; y de la familia se irradiará a todo el mundo.

martes, 30 de agosto de 2011

Sobre los miedos...




Temía esta solo, hasta que aprendí a quererme a mi mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso si no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinarían de mí.

Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mi mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mi mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún, la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan más vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.

El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma.

Meditación sobre San Francisco


I. El amor divino consumió todos los lazos que ataban a San Francisco en la tierra y le hizo abandonar la casa paterna, las riquezas y los placeres. Toda su vida vivió él en este desasimiento; por esto debes tú comenzar a darte a Dios. Es imposible que ames a Dios y al mundo. ¡Ah! los placeres y los honores de la tierra no merecen ocupar tu corazón; déjalos antes que ellos te dejen a ti.

II. Ese mismo amor que separó a San Francisco de los bienes de la tierra, lo unió estrechamente a su Dios y le hizo encontrar en esta unión una inalterable felicidad. De este modo solía decir: “¡Dios mío y mi todo! en Ti es donde encuentro todo lo que necesito”. ¡Alma mía, tratemos de gustar el placer que existe en estar unido a Él; en vano hemos buscado descansar en las creaturas; vayamos a Dios, pero hagámoslo dándonos a Él sin reserva, sin demora y para siempre!
III. El amor, por último, transformó a San Francisco en Jesucristo mismo, por decirlo así, cuando un serafín imprimió en su cuerpo las sagradas llagas del Salvador. No recibió esta gracia sino después de haberse hecho, por una mortificación continua, viva imagen de Jesús crucificado. Como este gran santo, lleva tú constantemente en tus miembros la mortificación de Jesucristo. Mira al Salvador clavado en la cruz: he ahí el verdadero modelo de predestinados. Para llegar a ser semejante a Él, es preciso que la mortificación imprima en tu cuerpo sus adorables estigmas. Llevan en sí las llagas de Cristo quienes mortifican y afligen el cuerpo (San Jerónimo).

lunes, 29 de agosto de 2011

Alabanzas al Dios Altísimo y Bendición a fray León



(septiembre 1224). Durante su estancia en La Verna, fray León atravesó un momento de crisis espiritual y pensó que una palabra del Señor acompañada por una breve nota manuscrita del santo le aliviaría, como ya ocurrió unos meses antes, cuando recibió de él una cariñosa carta autógrafa. Él no le dijo nada a San Francisco, pero éste lo llamó un día y le dijo: "Tráeme papel y tinta, que quiero escribir unas alabanzas que he compuesto para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos". Y escribió las Alabanzas del Dios Altísimo (ver el texto en la columna  izquierda). Luego, por la otra casa escribió la bendición sacerdotal que se encuentra en la Biblia (Num 6, 24-26) y debajo trazó el signo de la Tau, con que solía firmar sus escritos, y se lo entregó diciéndole: "Consérvalo cuidadosamente, hasta el día de tu muerte". Fray León recuperó la paz y desde entonces conservó la nota en una bolsita que llevaba colgada al cuello, debajo del hábito. Ahora forma parte parte de las reliquias del Sacro Convento de Asís, donde fray León murió y está sepultado, a dos pasos de la tumba de San Francisco.

Las cuatro prerrogativas de la Orden


(septiembre, 1224). Francisco aún permaneció dos semanas en aquella celda, hasta concluir la cuaresma, el 29 de septiembre. Uno de aquellos días, sintiéndose triste por el mal ejemplo de algunos hermanos de la Orden, y de otros que abandonaban su vocación, el Señor lo consoló con estas palabras: "¿Por qué te entristeces? ¿No soy yo quien hace que el hombre se convierta y haga penitencia en tu Orden? ¿quién le da fuerzas para perseverar, sino yo? Yo no te he escogido por que seas sabio, ni elocuente, sino por tu sencillez, para que todos sepan que soy yo quien cuida de mi rebaño. Yo te he puesto entre ellos como un signo, para que vean lo que hago en ti, y te imiten. Los que me siguen me tendrán a mí; los que no, perderán lo que creían tener. Por eso, no te aflijas; haz bien lo que haces, trabaja bien lo que trabajas, pues yo he plantado tu Orden en el amor perpetuo. La amo tanto, que si alguno la abandona y muere fuera de ella, yo llamaré a otro, para que ocupe su lugar. Y si aún no ha nacido, yo haré que nazca. Tanto la amo que, aunque sólo quedasen dos o tres hermanos, no la abandonaré jamás".

Después de esta revelación, cuando el compañero fue a prepararle la mesa a Francisco, lo encontró sentado delante de la piedra grande y cuadrada que le servía de mesa, y éste le ordenó lavarla, primero con agua, luego con vino y, finalmente, con aceite, porque, según le dijo, "sobre esta piedra ha estado sentado un ángel. Estaba yo pensando en la suerte que correría mi Orden cuando yo no exista, y el ángel me aseguró estas cuatro cosas: que la Orden de los Menores durará hasta el fin del mundo; que ningún hermano de mala voluntad perseverará muco tiempo en ella; que no vivirá mucho quien la persiga de propósito; y que ningún hermano que la ame acabará mal".

Crucificado con Cristo: los estigmas.

Visión del Serafín e impresión de las llagas 
(13-14 septiembre, 1224). El verano tocaba a su fin. Una noche de luna llena, fray León fue, como siempre, a rezar maitines con Francisco, mas éste no respondió a la contraseña. Entre preocupado y curioso, el hermano cruzó la pasarela y fue a buscarlo. Lo encontró en un claro del bosque, de rodillas, en medio de un gran resplandor, con el rostro levantado, mientras decía: "¿Quién eres tú, mi Señor, y quién soy yo, gusano despreciable e inútil siervo tuyo", y levantaba las manos por tres veces. El ruido de sus pasos sobre la hojarasca delató a fray León, que tuvo que confesar su culpa y explicar al Santo lo que había visto. Entonces éste decidió explicarle lo sucedido: "Yo estaba viendo por un lado el abismo infinito de la sabiduría, bondad y poder de Dios, pero también mi lamentable estado de miseria. Y el Señor, desde aquella luz, me  pidió que le ofreciera tres dones. Le dije que sólo tenía el hábito, la cuerda y los calzones, y que aún eso era suyo. Entonces me hizo buscar en el pecho, y encontré tres bolas de oro, y se las ofrecí, comprendiendo enseguida que representaban los votos de obediencia, pobreza y castidad, que el Señor me ha concedido cumplir de modo irreprochable. Y me ha dejado tal sensación, que no dejo de alabarlo y glorificarlo por todos sus dones. Mas tú guárdate de seguir espiándome y cuida de mí, porque el Señor va a obrar en este monte cosas admirables y maravillosas como jamás ha hecho con criatura alguna". Fray León no pudo dormir aquella noche, pensando en lo que había visto y oído.

Uno de aquellos días se apareció un ángel  a Francisco y le dijo: "Vengo a confortarte y avisarte para que te prepares con humildad y paciencia a recibir lo que Dios quiere hacer de ti". "Estoy preparado para lo que él quiera", fue su respuesta. La madrugada del 14 de septiembre, fiesta de la Santa Cruz, antes del amanecer, estaba orando delante de la celda, de cara a Oriente, y pedía al Señor "experimentar el dolor que sentiste a la hora de tu Pasión y, en la medida de los posible, aquel amor sin medida que ardía en tu pecho, cuando te ofreciste para sufrir tanto por nosotros, pecadores"; y también, "que la fuerza dulce y ardiente de tu amor arranque de mi mente todas las cosas, para yo muera por amor a ti, puesto que tú te has dignado morir por amor a mi". De repente, vio bajar del cielo un serafín con seis alas. Tenía figura de hombre crucificado. Francisco quedó absorto, sin entender nada, envuelto en la mirada bondadosa de aquel ser, que le hacía sentirse alegre y triste a la vez. Y mientras se preguntaba la razón de aquel misterio, se le fueron formando en las manos y pies los signos de los clavos, tal como los había visto en el crucificado. En realidad no eran llagas o estigmas, sino clavos, formados por la carne hinchada por ambos lados y ennegrecida. En el costado, en cambio, se abrió una llaga sangrante, que le manchaba la túnica y los calzones.

Explicaba fray León que el fenómeno fue más palpable y real de lo muchos creen, y que estuvo acompañado de otros signos extraordinarios corroborados por testigos, que creyeron ver el monte en llamas, iluminando el contorno como si ya hubiese salido el sol. Algunos pastores de la comarca se asustaron, y unos arrieros que dormían se levantaron y aparejaron sus mulas para proseguir su viaje, creyendo que era de día. La aparición de Francisco con los brazos en cruz y bendiciendo a los frailes reunidos en Arlés, mientras San Antonio de Lisboa o de Padua predicaba acerca de la inscripción de la cruz (Jesús Nazareno Rey de los Judíos) debió de ser una confirmación del prodigio, pues los capítulos provinciales, según la Regla, se celebraban en septiembre, en torno a la fiesta de San Miguel (San Antonio estuvo en Provenza del 1224 al 1226). Así parece darlo a entender San Buenaventura, cuando escribe que "más tarde se comprobó la veracidad del hecho, no sólo por los signos evidentes, sino también por el testimonio explícito del Santo".

Cuando fray León acudió aquella mañana a prepararle la comida, Francisco no pudo ocultarle lo sucedido. Desde aquel instante, él será su enfermero, encargado de lavarle cada día las heridas y cambiarle las vendas, para amortiguarle el dolor y las hemorragias; excepto el viernes, ya que el Santo no quería que nadie mitigara sus sufrimientos ese día.

Cuaresma en honor de San Miguel




(15 agosto - 29 septiembre, 1224). Al cabo de unos días Francisco, queriendo conocer lo que el Señor quería de él, tomó, como de costumbre, los evangelios, oró y lo abrió por tres veces. En las tres ocasiones el texto hablaba del anuncio de la pasión de Jesús, como dándole a entender que tenía que seguir soportando angustias, combates y tribulaciones, mas no por eso se acobardó, pues jamás regateó sufrimiento o sacrificio alguno, con tal que la voluntad de Dios se cumpliera en él. Su sabiduría y mayor aspiración fueron siempre esas.

Atraído por los signos que el Señor le iba manifestando, Francisco decidió prolongar su estancia allí durante toda una cuaresma de ayuno, entre las fiestas de la Asunción de la Virgen (15 de agosto) y del Arcángel San Miguel (29 de septiembre), de quienes era especialmente devoto. Según su costumbre, buscó el lugar más apartado que pudo, donde no pudiera ser visto ni oído por sus propios compañeros. Lo encontró al otro lado del precipicio, a donde se podía acceder sólo mediante un tronco atravesado a modo de puente. Entonces pidió a los hermanos que le prepararan una celda, y les dio estas instrucciones: "Ninguno de vosotros debe de acercarse aquí, ni ningún seglar. Sólo tú, fray León, vendrás una vez, durante el día, a traerme agua y un poco de pan, y otra vez por la noche, para rezar maitines. Te acercarás a la pasarela y dirás: Señor, ábreme los labios. Y si no te respondo, márchate enseguida". Tales precauciones eran debidas a que no le gustaba que lo sorprendieran en uno de sus frecuentes éxtasis.

Apenas se quedó solo, temiendo que aquel retiro fuese sólo un pretexto para descansar y huir de las fatigas de la predicación, pidió al Señor otra señal de que aquello era voluntad suya. A la mañana siguiente, mientras rezaba, creyó ver la respuesta en los pájaros de toda especie que, uno por uno, sobrevolaban la celda, alegrándolo con sus trinos. Entre ellos había un halcón, que tenía su nido junto a su choza, y cada noche lo despertaba a la hora de maitines, excepto cuando no se encontraba bien; entonces lo dejaba dormir hasta el amanecer.

Mas no todo fueron consuelos en aquel monte. El santo confesó al compañero que el demonio lo molestaba mucho por la noche, por eso ayunaba con mayor rigor, a pan y agua, y pasaba las noches en vela, orando y mortificándose.

Fray León, cada mañana preparaba el fuego en una choza donde el Santo solía comer, y luego iba a su celda, a leerle el Evangelio del día, pues aún no estaba permitido a los hermanos Menores celebrar la Misa de campaña. Después de las lecturas, tomadas de un breviario que ahora se conserva en Asís, en el monasterio de Santa Clara, Francisco besaba la página con respeto, y luego se iba a comer. Pero un día, el fuego prendió en la choza y él, por el gran respeto que sentía por las criaturas, en especial por el "hermano fuego", no quiso ayudar a los hermanos a apagarlo, limitándose a poner a salvo una piel con la que se tapaba por las noches; mas luego confesó al compañero: "He pecado de avaricia. No la usaré más".

Otro día estuvo a punto de despeñarse por el precipicio, mientras buscaba un lugar más recogido para orar en una cavidad formada por enormes bloques de piedra desprendidos y atravesados sobre la hendidura del monte. Una de las piedras cedió y se salvó de puro milagro. según él, era una más de las insidias del diablo.

En cierta ocasión, mientras observaba aquella espantosa grieta, se le reveló que la produjo el mismo terremoto que resquebrajó el Calvario en el momento de la muerte de Jesucristo, y que Dios lo había dispuesto así porque en ese monte debía renovarse su Pasión. Francisco quedó tan impresionado, que se refugió enseguida a su celda, a tratar de descifrar aquel misterio. Desde entonces se hizo más frecuente la intensidad y dulzura de la contemplación.

domingo, 28 de agosto de 2011

Subida al Monte de la Verna


(Julio-agosto, 1224). Si Francisco visitó el eremitorio de la Verna antes de 1224, de ello no hay memoria alguna. Es más, a juzgar por lo que cuentan los biógrafos, se diría que sólo estuvo allí ese año. Se dice, en efecto, que Francisco salió de Asís con algunos compañeros y tomó el camino que sube por el valle superior del Tíber. Después de pasar una mala noche en el eremitorio de Montecasale, sus compañeros contrataron a un campesino de la villa de Tiso, para que los acompañara con su jumento hasta La Verna. "Eres tú Francisco, de quien todos hablan", le preguntó el buen hombre, nada más verlo. "Sí, soy yo", le respondió él. "Pues procura ser tan bueno como la gente cree que eres, y no la defraudes", sentenció el labriego, lo que hizo que el santo se apeara enseguida del burro y le besara los pies.

Era casi a mediados de agosto. En la subida, el calor se hacía insoportable y el campesino, muerto de sed, pedía a gritos un poco de agua. "Vete allí y la encontrarás -le dijo Francisco- El Señor la ha hecho brotar para ti". Así fue; y añaden los cronistas que en aquella ladera nunca hubo manantial alguno.

Cerca ya del eremitorio, el grupo se detuvo a  descansar bajo una encina y, mientras el santo contemplaba el lugar, se vió rodeado de una multitud de pájaros de toda especie, que manifestaban su alegría con sus trinos y el batir de alas. Alguno incluso se posó sobre él, lo que hizo exclamar: "Me parece que el Señor le agrada que vengamos a este monte". Reemprendida la marcha, enseguida llegaron a un repecho cercano a la cima, donde vivían no más de dos o tres compañeros, en un pequeño eremitorio rodeado de bosques, al borde de una enorme grieta en las peñas, desde donde se divisaba un espectacular panorama.

El conde Orlando, apenas supo de la llegada del santo subió a saludarlo y, a petición suya, ordenó a sus hombres que le hicieran una choza o celda al pie de un haya grande, al borde del precipicio y como a un tiro de piedra del oratorio. Al despedirse, esa misma tarde, el conde se ofreció a los hermanos para lo que necesitaran, de modo que pudieran dedicarse enteramente a la oración, libres de preocupaciones, pero Francisco después, a solas, aconsejó a los suyos que no tuviesen muy en cuenta su generoso ofrecimiento, alegando que "hay un contrato entre el mundo y los frailes menores: vosotros le debéis buen ejemplo y él, a cambio, os debe el sustento; mas si un día faltaseis al compromiso, el mundo, con razón, os volverá la espalda". Y añadió: "Tengo intención de quedarme aquí, sólo con Dios y llorando mis pecados. No permitáis que se me acerque ningún seglar. Responded vosotros por mí. Fray León me traerá algo de comer, cuando lo crea conveniente".

Homilía Sobre los Estigmas de San Francisco de Asís


Homilía del ministro general de los Franciscanos, fray José Rodríguez Carballo, ofm, en el Monte Alverna el viernes 17 de septiembre de 2010 en el lugar de donde San Francisco recibió los estigmas de Cristo Crucificado:

"Hace unos días celebramos la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Hoy, en todo el mundo franciscano y particularmente en esta santa montaña del Alverna, santificada por la presencia del Señor en forma de serafín y por la de Francisco, el Estigmatizado del Alverna, celebramos el misterio de la Cruz que se hizo visible en la carne del Poverello, realizándose en su cuerpo, en forma visible, cuanto dice el Apóstol: «En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo los estigmas de Jesús» (Ga 6,17). Pablo portaba en su cuerpo las cicatrices de las tribulaciones soportadas por Cristo (cf. 2Cor 6,4-5; 11,23ss), Francisco lleva en las manos, pies y costado los estigmas de la Pasión de Cristo.

Las biografías del Santo nos narran como sucedió el prodigio del todo singular de los Estigmas. En torno a la fiesta de la Santa Cruz, dos años antes de su muerte, el Seráfico padre subió a esta montaña, para iniciar la cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del Arcángel san Miguel. Deseando ardientemente conocer la voluntad de Dios, para configurarse en todo a Cristo, abrió por tres veces el libro de los evangelios en el nombre de la santa Trinidad, y encontrando siempre la narración de la Pasión del Señor Jesús, oraba insistentemente sentir en su cuerpo los dolores del Crucificado. Tuvo, entonces, una visión que produjo en él un grande gozo y un profundo dolor al mismo tiempo: era el Señor en forma de serafín crucificado que le manifestaba que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado. Terminada la visión aparecieron en la carne de este amigo de Cristo las señales de la Pasión del Señor: los clavos que traspasaron sus manos y sus pies, y una herida en su costado (cf. LM XIII, 1ss).

En esta memoria litúrgica de los Estigmas de san Francisco, intentemos acentuar algunos aspectos importantes que nos ofrecen este evento prodigioso, partiendo de la narración que nos ofrece san Buenaventura. El Doctor Seráfico introduce la narración de la impresión de las llagas con estas palabras: «Francisco había aprendido a distribuir tan prudentemente el tiempo puesto a su disposición: parte de él lo empleaba en fatigas apostólicas en favor de su prójimo, parte la dedicaba a las tranquilas elevaciones de la contemplación. Y agrega, por eso, después de haberse empeñado en procurar la salvación de los demás según lo exigían las circunstancia de lugares y tiempos, abandonando el bullicio de las turbas, se dirigía a lo más recóndito de la soledad» (LM XIII, 1).

Francisco nos enseña que no podemos ser todo para los demás si no se es todo para el Señor, y no se puede ser todo para el Señor si uno no se encuentra constantemente consigo mismo. El Poverello nos enseña la necesidad de tener en la propia existencia un “proyecto de vida ecológico”, diríamos hoy, en donde el compromiso a favor de los demás vaya acompañado del “vacare Deo”, como decían los antiguos, dedicarle tiempo a Dios, y dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Francisco, verdadero “mendicante de sentido”, buscador permanente del hombre y buscador permanente de Dios y de su voluntad, como lo hace notar san Buenaventura, buscaba incesantemente encontrarse consigo mismo y por ello buscaba y amaba la soledad.

El hombre es ciertamente un “ser social”, creado “para la relación”, pero la experiencia demuestra que sólo quienes pueden vivir solos también saben vivir plenamente las relaciones. Sólo quien no teme descender en la propia interioridad sabe afrontar el encuentro con la alteridad, con Dios y con los demás. En cambio, la incapacidad de interiorización, de habitar la propia vida interior, se convierte también en incapacidad de crear y de vivir relaciones sólidas, profundas y duraderas con Dios y con los demás. Por supuesto que no toda soledad es positiva: existen formas de fugarse de los demás que son patológicas, como el aislamiento y el miedo a la alteridad. Pero entre estas patologías y el activismo desmedido, la soledad es equilibrio y armonía, fuerza y firmeza. Quien asume la soledad como lo hizo Francisco, es quien muestra el valor de enfrentarse consigo mismo, de reconocer y aceptar como tarea propia el ser sí mismo. Por otro lado, si uno, como Francisco tiene como objetivo el buscar la voluta de Dios (cf. LM XIII, 1), no puede buscarlo refugiándose en el “grupo”, en el anonimato de la multitud, y ni siquiera en la deriva solipsista de la clausura en sí mismo. Tal vez la soledad es uno de los más grandes signos del amor: hacia nosotros mismos, hacia Dios, y hacia los demás.

La soledad es espacio de unificación del propio corazón y de comunión con Dios y con los demás. Cuando la soledad nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, entonces es purificación de las relaciones que en el continuo “comercio” de la gente corren el riesgo de ser insignificantes, y, para nosotros los cristianos, es también un lugar de comunión con el Señor. Al comentar el texto de Juan 5,13, en donde se dice que el hombre curado no sabía quien lo había curado, ya que Jesús había desaparecido entre la multitud, san Agustín escribe: «Es difícil ver a Jesús en medio de la muchedumbre; necesitamos la soledad. En la soledad, de hecho, si el alma tiene cuidado, Dios se deja ver. La muchedumbre es ruidosa, para ver a Dios necesitas el silencio».Por otro lado, la soledad es el crisol del amor: las grandes relaciones humanas y espirituales no pueden dejar de cruzar la soledad. Ciertamente, el cristiano, como Jesús, debe llenar la soledad con la oración, con la lucha espiritual, con el discernimiento de la voluntad de Dios, con la búsqueda de su rostro. Francisco en todo esto se nos presenta como un verdadero maestro, habiendo sido un verdadero discípulo de Cristo.

De hecho, el Cristo, en quien decimos que creemos y que decimos amar lo encontramos constantemente en lugares apartados para orar, buscando la soledad para vivir la intimidad con el Abba y para discernir su voluntad. Aquél que vivió en la cruz la plenitud de la intimidad con Dios conociendo el abandono de Dios, le recuerda al cristiano que la soledad es misterio de comunión, y nos enseña que la máxima soledad manifestada en la cruz es misterio de amor, la manifestación más grande del amor del Padre para nosotros: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16); la más grande manifestación del amor de Jesús por la humanidad: «os amó y se entregó por nosotros como» (Ef 5,2).

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,23), hemos escuchado en el Evangelio de hoy. Encontramos en estas palabras un compendio de la vida cristiana, el espejo de la Palabra con el que el discípulo debe conformar su propio rostro (cf. St 1,22-25). Como cristianos, nuestra vida debe llevar impresas los rasgos de Jesús, el Hijo crucificado por amor. Mirando «al que traspasaron» (Jn 19,37), la cruz se ha convertido en un sello de pertenencia a Dios en Jesús (cf. Ap 7,2ss; Ez 9,4). Llevar la cruz cada día es hacerse cargo de nuestro mal, es morir cotidianamente por Cristo, viviendo para el, hasta poder decir: «con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Tomar la cruz significa sentirse crucificado con Cristo, ser partícipes de la Pasión del Señor Jesús, sentir que somos de él y que ya no nos pertenecemos más a nosotros mismos. Dice Benedicto XVI: Para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor continúa a asociar a sí y a su misión hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y a seguirlo. Al igual que Cristo, así también para los cristianos llevar la cruz no es opcional, sino que es una misión que se ha de abrazar con amor.  En nuestro mundo actual, en donde parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo continúa ofreciendo a todos su clara invitación: quien quiera ser mi discípulo, reniegue al propio egoísmo y cargue conmigo la cruz. Invoquemos la intercesión del Estigmatizado del Alverna para que el Señor nos conceda ir con decisión detrás de Él, conformarnos a la Pasión de Cristo y ser partícipes de su resurrección.

Fiesta de los Estigmas de San Francisco de Asís



Homilía del ministro general de los Franciscanos, fray José Rodríguez Carballo, ofm, en el Monte Alverna el viernes 17 de septiembre de 2010 en el lugar de donde San Francisco recibió los estigmas de Cristo Crucificado:

"Hace unos días celebramos la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Hoy, en todo el mundo franciscano y particularmente en esta santa montaña del Alverna, santificada por la presencia del Señor en forma de serafín y por la de Francisco, el Estigmatizado del Alverna, celebramos el misterio de la Cruz que se hizo visible en la carne del Poverello, realizándose en su cuerpo, en forma visible, cuanto dice el Apóstol: «En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo los estigmas de Jesús» (Ga 6,17). Pablo portaba en su cuerpo las cicatrices de las tribulaciones soportadas por Cristo (cf. 2Cor 6,4-5; 11,23ss), Francisco lleva en las manos, pies y costado los estigmas de la Pasión de Cristo.

Las biografías del Santo nos narran como sucedió el prodigio del todo singular de los Estigmas. En torno a la fiesta de la Santa Cruz, dos años antes de su muerte, el Seráfico padre subió a esta montaña, para iniciar la cuaresma de ayuno que solía practicar en honor del Arcángel san Miguel. Deseando ardientemente conocer la voluntad de Dios, para configurarse en todo a Cristo, abrió por tres veces el libro de los evangelios en el nombre de la santa Trinidad, y encontrando siempre la narración de la Pasión del Señor Jesús, oraba insistentemente sentir en su cuerpo los dolores del Crucificado. Tuvo, entonces, una visión que produjo en él un grande gozo y un profundo dolor al mismo tiempo: era el Señor en forma de serafín crucificado que le manifestaba que había de ser transformado totalmente en la imagen de Cristo crucificado. Terminada la visión aparecieron en la carne de este amigo de Cristo las señales de la Pasión del Señor: los clavos que traspasaron sus manos y sus pies, y una herida en su costado (cf. LM XIII, 1ss).

En esta memoria litúrgica de los Estigmas de san Francisco, intentemos acentuar algunos aspectos importantes que nos ofrecen este evento prodigioso, partiendo de la narración que nos ofrece san Buenaventura. El Doctor Seráfico introduce la narración de la impresión de las llagas con estas palabras: «Francisco había aprendido a distribuir tan prudentemente el tiempo puesto a su disposición: parte de él lo empleaba en fatigas apostólicas en favor de su prójimo, parte la dedicaba a las tranquilas elevaciones de la contemplación. Y agrega, por eso, después de haberse empeñado en procurar la salvación de los demás según lo exigían las circunstancia de lugares y tiempos, abandonando el bullicio de las turbas, se dirigía a lo más recóndito de la soledad» (LM XIII, 1).

Francisco nos enseña que no podemos ser todo para los demás si no se es todo para el Señor, y no se puede ser todo para el Señor si uno no se encuentra constantemente consigo mismo. El Poverello nos enseña la necesidad de tener en la propia existencia un “proyecto de vida ecológico”, diríamos hoy, en donde el compromiso a favor de los demás vaya acompañado del “vacare Deo”, como decían los antiguos, dedicarle tiempo a Dios, y dedicarnos tiempo a nosotros mismos. Francisco, verdadero “mendicante de sentido”, buscador permanente del hombre y buscador permanente de Dios y de su voluntad, como lo hace notar san Buenaventura, buscaba incesantemente encontrarse consigo mismo y por ello buscaba y amaba la soledad.

El hombre es ciertamente un “ser social”, creado “para la relación”, pero la experiencia demuestra que sólo quienes pueden vivir solos también saben vivir plenamente las relaciones. Sólo quien no teme descender en la propia interioridad sabe afrontar el encuentro con la alteridad, con Dios y con los demás. En cambio, la incapacidad de interiorización, de habitar la propia vida interior, se convierte también en incapacidad de crear y de vivir relaciones sólidas, profundas y duraderas con Dios y con los demás. Por supuesto que no toda soledad es positiva: existen formas de fugarse de los demás que son patológicas, como el aislamiento y el miedo a la alteridad. Pero entre estas patologías y el activismo desmedido, la soledad es equilibrio y armonía, fuerza y firmeza. Quien asume la soledad como lo hizo Francisco, es quien muestra el valor de enfrentarse consigo mismo, de reconocer y aceptar como tarea propia el ser sí mismo. Por otro lado, si uno, como Francisco tiene como objetivo el buscar la voluta de Dios (cf. LM XIII, 1), no puede buscarlo refugiándose en el “grupo”, en el anonimato de la multitud, y ni siquiera en la deriva solipsista de la clausura en sí mismo. Tal vez la soledad es uno de los más grandes signos del amor: hacia nosotros mismos, hacia Dios, y hacia los demás.

La soledad es espacio de unificación del propio corazón y de comunión con Dios y con los demás. Cuando la soledad nos lleva a encontrarnos con nosotros mismos, entonces es purificación de las relaciones que en el continuo “comercio” de la gente corren el riesgo de ser insignificantes, y, para nosotros los cristianos, es también un lugar de comunión con el Señor. Al comentar el texto de Juan 5,13, en donde se dice que el hombre curado no sabía quien lo había curado, ya que Jesús había desaparecido entre la multitud, san Agustín escribe: «Es difícil ver a Jesús en medio de la muchedumbre; necesitamos la soledad. En la soledad, de hecho, si el alma tiene cuidado, Dios se deja ver. La muchedumbre es ruidosa, para ver a Dios necesitas el silencio».Por otro lado, la soledad es el crisol del amor: las grandes relaciones humanas y espirituales no pueden dejar de cruzar la soledad. Ciertamente, el cristiano, como Jesús, debe llenar la soledad con la oración, con la lucha espiritual, con el discernimiento de la voluntad de Dios, con la búsqueda de su rostro. Francisco en todo esto se nos presenta como un verdadero maestro, habiendo sido un verdadero discípulo de Cristo.

De hecho, el Cristo, en quien decimos que creemos y que decimos amar lo encontramos constantemente en lugares apartados para orar, buscando la soledad para vivir la intimidad con el Abba y para discernir su voluntad. Aquél que vivió en la cruz la plenitud de la intimidad con Dios conociendo el abandono de Dios, le recuerda al cristiano que la soledad es misterio de comunión, y nos enseña que la máxima soledad manifestada en la cruz es misterio de amor, la manifestación más grande del amor del Padre para nosotros: «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16); la más grande manifestación del amor de Jesús por la humanidad: «os amó y se entregó por nosotros como» (Ef 5,2).

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9,23), hemos escuchado en el Evangelio de hoy. Encontramos en estas palabras un compendio de la vida cristiana, el espejo de la Palabra con el que el discípulo debe conformar su propio rostro (cf. St 1,22-25). Como cristianos, nuestra vida debe llevar impresas los rasgos de Jesús, el Hijo crucificado por amor. Mirando «al que traspasaron» (Jn 19,37), la cruz se ha convertido en un sello de pertenencia a Dios en Jesús (cf. Ap 7,2ss; Ez 9,4). Llevar la cruz cada día es hacerse cargo de nuestro mal, es morir cotidianamente por Cristo, viviendo para el, hasta poder decir: «con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Tomar la cruz significa sentirse crucificado con Cristo, ser partícipes de la Pasión del Señor Jesús, sentir que somos de él y que ya no nos pertenecemos más a nosotros mismos. Dice Benedicto XVI: Para llevar a pleno cumplimiento la obra de la salvación, el Redentor continúa a asociar a sí y a su misión hombres y mujeres dispuestos a tomar la cruz y a seguirlo. Al igual que Cristo, así también para los cristianos llevar la cruz no es opcional, sino que es una misión que se ha de abrazar con amor.  En nuestro mundo actual, en donde parecen dominar las fuerzas que dividen y destruyen, Cristo continúa ofreciendo a todos su clara invitación: quien quiera ser mi discípulo, reniegue al propio egoísmo y cargue conmigo la cruz. Invoquemos la intercesión del Estigmatizado del Alverna para que el Señor nos conceda ir con decisión detrás de Él, conformarnos a la Pasión de Cristo y ser partícipes de su resurrección.

martes, 23 de agosto de 2011

Orígenes de la Orden Franciscana Seglar



En tiempos de San Francisco ya existían asociaciones seglares de tipo penitencial, muy variadas y sin conexión entre ellas, surgidas, por lo general, a la sombra de hombres santos, monasterios, canónigos o movimientos religiosos. También los movimientos evangélicos o pauperistas, católicos o no, contaban con este tipo de rama secular, e Inocencio III aprobó la forma de vida de algunas de ellas, como los Humillados de Milán (1201) y los Pobres Católicos (1212).

Los Penitentes, por tanto, ya existían individual y corporativamente, antes que San Francisco fundara el Orden de los Hermanos y Hermanas de la Penitencia, que así se llamó en un principio. Él mismo y sus compañeros, antes de la aprobación de la Regla, se autodenominaban "Penitentes de Asís". Por tanto, no puede decirse que él fuera el fundador de todos, aunque sí de aquellos que, animados por el ejemplo y la predicación suya y de sus hermanos, quisieron llevar una vida más austera y evangélica, sin abandonar sus casas y sus compromisos familiares o laborales.

Puesto que la predicación de los hermanos menores consistía en exhortar a la conversión o "penitencia", no es de extrañar que pronto surgieran en torno a ellos un núcleo de seglares deseosos de vivir como penitentes en sus propias casas.

La idea de fundar la Orden franciscana seglar parece que le vino a Francisco a raíz de una predicación en Cannara (1212), cuando muchos de sus habitantes, hombres y mujeres, querían marcharse con él. Según el autor del Anónimo de Perusa, muchos casados decían a los hermanos: "Tenemos esposas y no nos permiten abandonarlas, Enseñadnos, pues, un camino para poder salvarnos". Y fue entonces cuando "fundaron una Orden que se llama de Penitentes, y la hicieron confirmar por el sumo Pontífice".

Que san Francisco fundó la Orden de los Penitentes o Terciarios lo dicen todas las fuentes primitivas, empezando por fray Tomás de Celano, el cual, al describir poéticamente en su Vida Primera (1228-29) los primeros frutos de la predicación itinerante del Santo y de sus compañeros, añadía que “por todas partes resonaban himnos de gratitud y de alabanza, tanto que muchos, dejando los cuidados de las cosas del mundo, encontraron, en la vida y en la enseñanza del beatísimo padre Francisco, conocimiento de sí mismos y aliento para amar y venerar al Creador. Mucha gente del pueblo, nobles y plebeyos, clérigos y legos, tocados de divina inspiración, se llegaron a San Francisco, deseosos de militar siempre bajo su dirección y magisterio. Cual río caudaloso de gracia celestial, empapaba el santo de Dios a todos ellos con el agua de sus carismas y adornaba con flores de virtudes el jardín de sus corazones. ¡Magnífico operario aquél! Con sólo que se proclame su forma de vida, su Regla y doctrina, contribuye a que la Iglesia de Cristo se renueve en los creyentes de uno y otro sexo, y triunfe la triple milicia de los que se han de salvar”. Y concluye: “A todos daba una norma de vida y señalaba con acierto el camino de salvación, según el estado de cada uno".

Poco después, fray Julián de Spira (1232-1235) veía en las tres iglesias restauradas por Francisco el signo de las tres Órdenes que él fundó, dando “ley” a cada una, y explicaba que “la primera quiso que el nombre de Hermanos Menores fuese, en medio están las Pobres Señoras, y Penitentes de uno y otro sexo abraza la Orden Tercera”. De la Orden de los Penitentes dirá en otro momento que “no es de mediocre perfección, y está abierto a clérigos y laicos, vírgenes y continentes y casados, y comprende, para su salvación, a ambos sexos”.

También la Leyenda de los Tres Compañeros relaciona las tres Ordenes fundadas por él y confirmadas cada una “en su momento, por el sumo pontífice" con las tres iglesias que restauró, y con la Santísima Trinidad, de la que el santo fue muy devoto. San Buenaventura, por su parte, dice que "numerosas personas, inflamadas por el fuego de la predicación, se comprometían a las nuevas normas de penitencia según la forma de vida recibida del hombre de Dios"; y explica que dicho estado de vida estaba abierto a clérigos y seglares, vírgenes y casados de ambos sexos y que fue San Francisco quien determinó que se llamaran "Hermanos de la Penitencia".

El mismo cardenal Hugolino, siendo papa, escribía a Santa Inés de Praga en junio de 1238 y hacía referencia a las tres Órdenes fundadas por el santo, entre ellas "los colegios de penitentes".

Hasta nosotros ha llegado el llamado "memorial de propósitos" una Regla de la Orden de los Hermanos y Hermanas de la Penitencia que se dice comenzada en el año 1221. Que fue fundada por san Francisco ese año lo confirman el beato Francisco de Fabriano en la segunda mitad del siglo XIII, y la Crónica de los XXIV Generales en el s. XIV. Así pues, lo más probable es que la decisión de fundar una orden para seglares la tomara Francisco en 1221, durante la celebración del capítulo general o de las esteras, de acuerdo con los ministros y demás religiosos. Probablemente fue entonces cuando se dio el visto bueno al proyecto, dejando para más adelante la redacción de un memorial o regla, en espera de que el santo y el cardenal Hugolino pudiesen elaborarlo juntos, cosa que se hizo, según parece, el verano siguiente, en Florencia.

La intervención del cardenal protector de la Orden, futuro papa Gregorio IX, en la redacción de la regla para los Penitentes está confirmada por algunos testimonios. Fue el mismo Hugolino, según la Chronica Minor” de un fraile de Erfurt, quien “dió confirmación pontificia a las dos órdenes que Francisco había fundado, la de las Pobres Damas consagradas y la de los Penitentes, una orden esta que abraza a ambos sexos y a clérigos, casados, vírgenes y continentes”. Y el bien informado biógrafo de Gregorio IX decía que "en el periodo en que fue obispo de Ostia, Hugolino instituyó y llevó a término las nuevas Órdenes de los Hermanos de la Penitencia y de las Hermanas Reclusas". Y añade: “Y también guió a la Orden de los Menores, cuando esta se movía con paso vacilante, elaborando para ellos una nueva Regla y dando forma, de ese modo, a aquel movimiento aún informe, designando a San Francisco como ministro y jefe”.

Hoy nadie pone en duda que el cardenal Hugolino, protector de la Orden, ayudó de manera decisiva a San Francisco a dar un orden jurídico a la segunda y a la tercera orden por él fundadas. 

Los penitentes franciscanos, considerados "Hermanos y Hermanas de la III Orden de San Francisco" por Gregorio IX poco después de la muerte del Santo, experimentaron enseguida un notable crecimiento junto con los hermanos Menores. El 18 de agosto de 1289, el papa franciscano Nicolás IV, con la bula "Supra Montem", les dió una nueva Regla, que estuvo en vigor durante siglos, hasta que León XIII la actualizó con la bula "misericors Dei Filius" del 30 de mayo de 1889.

Después del Concilio Vaticano II, en un clima de mayor compromiso y de mayor autonomía, reconocida a las organizaciones seglares comprometidas especialmente en la vida cristiana y en el apostolado, con la aportación de destacados terciarios de todo el mundo, se redactó la Regla actual, que el papa Pablo VI aprobó con la bula "Seraphicus Patriarca" del 4 de junio de 1978.

La Tercera Orden Franciscana, o la Orden Franciscana Seglar, como hoy se llama, ha dado la Iglesia un gran número de Santos y Beatos. Entre los literatos, artistas y científicos que han dado su nombre a la Orden conviene destacar a Giotto, Dante, Palestrina, Perosi, Galileo, Galvani, Volta, Cristobal Colón, Lope de Vega, etc., todos personajes que, haciendo honor a San Francisco, han dado testimonio de su gran intuición de hacer asequible a todos su estilo de vida religiosa.

¿Cómo saludar a tu Herman@? Paz y Bien Herman@



¿POR QUÉ PAZ Y BIEN?

Porque era el saludo preferido de nuestro padre San Francisco. Decía que al ir por el mundo, al saludar digamos: PAZ Y BIEN ó EL SEÑOR TE TE DE LA PAZ. Podemos saber un poco de su historia.

Cuenta una tradición que, antes del nacimiento de San Francisco, hubo un peregrino que recorría las calles de Asís repitiendo: "Paz y Bien".

Dicen que así como Jesús tuvo su precursor en San Juan Bautista, a Francisco, "ángel de verdadera paz", lo precedió este peregrino con el anuncio de "Paz y Bien".

En contra de lo que muchos piensan, el verdadero saludo franciscano no es "Paz y Bien", que tiene su origen en la anécdota de un peregrino que pasó por Asís saludando a todos de ese modo, antes de que naciera San Francisco. El saludo franciscano, tiene su origen en el Evangelio, más exactamente en el mandato de Cristo a sus apóstoles y discípulos, de saludar con la paz a todos los que encontrasen en su camino.

Para San Francisco y sus compañeros vivir el Evangelio suponía una imitación lo más fiel posible a la forma de vida de Cristo y de los apóstoles, con una destacada predilección por la predicación ambulante. Así, por ejemplo, las palabras que Cristo dirige a los discípulos cuando los envía a misionar son los textos que los franciscanos meditan más ardorosamente, y de los que sacan aquellos consejos consejos que se adaptan directamente a la vida de ellos.

Estos versículos evangélicos se incluyen en las Reglas, en el capítulo que habla de la manera de ir por el mundo. En la primera Regla: "en cualquier casa donde entren digan primero: Paz a esta casa. Y permaneciendo en aquella casa coman y beban lo que les pongan delante" (cap. 14). En este texto se puede identificar una cita de San Lucas, restringida, pero exacta en sus palabras. En la segunda Regla la intención es idéntica, pero la redacción es aún más esencial.

A esta paz, dirigida a las casas donde entran los franciscanos, se añade un saludo idéntico para todos los que se cruzan en su camino. Francisco escribe en el Testamento: "El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El Señor os dé la paz". Esta práctica va más allá de la prevista en las palabras de envío de Jesús a los discípulos, pues proviene de Francisco y de su inspiración. Podemos pensar que deriva del texto evangélico, y que completa sus recomendaciones.

Sabemos igualmente que Francisco, desde los comienzos, empezaba sus sermones deseando la paz: "En cada predicación, antes de transmitir la palabra de Dios al pueblo, les deseaba la paz diciendo: El Señor os dé la paz" (1Cel 23). En 1Cel. y en 3 Comp, este saludo de paz al comienzo de la predicación parece conectar con la meditación de los textos evangélicos relativos al envío de los discípulos para la misión, que Francisco ya había descubierto antes. En pocas palabras: los saludos de paz parecen tener el mismo origen y significado.

El significado de estos diferentes saludos de paz sólo se explican en un pasaje de Tres Compañeros. Francisco decía a sus compañeros. "Que la paz que anunciáis de palabra, la tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones Que ninguno se vea provocado por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia. Pues para esto hemos sido llamados: para curar a los heridos, para vendar a los fracturados y para corregir a los equivocados." (3Comp 58).

La paz que San Francisco nos dejó como herencia, debemos tenerlos en los labios y en el corazón.
Francisco nos compromete de anunciar la paz y a dar testimonio de la dulzura, que se convierte en el medio para atraer a todos los hombres a la paz verdadera, a la bondad y a la concordia. Esta finalidad conlleva la reconciliación entre los hombres, en los mismos términos de la paz medieval. El modo que Francisco impone a los hermanos es el que él mismo les había enseñado, haciéndoles cantar el Cántico con una estrofa sobre la paz, cantada en presencia del podestà o regidor de Asís y del obispo.

El saludo de paz puede ser el principio del renacimiento espiritual que lleva finalmente a la concordia. La vocación franciscana presentada por Francisco de manera metafórica hace clara alusión a la oveja perdida, es decir, al pecador que se desvía y que necesita reconciliarse con Dios. Las llagas y los miembros fracturados son más bien una evocación de los conflictos humanos y de sus consecuencias: el odio, la ira y todos los sentimientos desencajados de la turbación. Francisco, conscientemente, va sembrando el camino de fermentos de concordia, sabiendo además que sus hermanos son un testimonio vivo de ello.

El saludo de la paz hecho a imitación del Evangelio, como primera palabra que los franciscanos dirigen a los demás, se esfuerza en hacer que el corazón se abra a la paz, es decir, a esa fuerza espiritual interior que es principio de renovación moral y civil.

Esta primera palabra pretende hacer entrar en los planes de renovación entre los hombres, mediante la profundización interior y el Evangelio, del que la Orden franciscana da un testimonio colectivo.

Francisco sabe bien que la paz puede pasar del corazón de sus hermanos al de cada hombre. Él les da una misión de paz cuando los envía de dos en dos a predicar (1Cel 29). Él tiene un plan de paz para el mundo (1Cel 24), y esta empresa abre las puertas del reino de los cielos. El saludo de paz de los hermanos descansa en la experiencia de la bienaventuranza evangélica de los pacíficos. El punto fundamental es, con toda seguridad, esta paz que predomina por encima de todo. 

domingo, 21 de agosto de 2011

Vivir en paz


El hombre no está hecho para la guerra, está hecho para la paz. Y esto se puede asegurar porque la historia nos demuestra que el hombre que vive en la violencia se autodestruye. Lo difícil y complicado del tema es que la paz no se da instantáneamente ni por mandato, no se obtiene sin esfuerzo, ni se compra o pide prestada: la paz tiene que nacer del corazón de cada hombre.

Y si no hay paz en el corazón, ¿cómo puede haber paz en un pueblo, en una nación, en el mundo?

Es por ello, que mantener la paz es una obligación primaria para todos, pero en especial de los padres, pues es en el hogar donde se aprende a vivir y construir la paz; es allí donde los padres tienen la enorme responsabilidad de enseñar a los hijos la manera de comportarse, de tratar a los demás y de resolver los problemas.

Es increíble cómo hasta en una pequeña sociedad como la familia, donde existe cariño entre sus miembros, puede perderse la paz.

No cabe duda de que la paz es algo muy frágil por lo que hay que trabajar pacientemente todos los días para conquistarla.

Pero antes de lograr esto, se tiene primeramente que tener claro cómo se vive la paz.

Contrario a lo que muchos creen, la paz no es la ausencia de la guerra, ni es solamente el respeto a los otros.

¡Qué fácil sería y a la vez que peligroso si los padres sólo tuvieran que respetar a los hijos para poder tener un hogar lleno de paz!: “Ah, sí, mi hijo quiere tener su cuarto todo tirado, hay que respetarlo”.

La paz se vive:

· Al tener un verdadero sentido de justicia.

· Cuando no nada más se reconocen los propios derechos sino también los de los demás.

Si se reconoce en los hijos su dignidad como personas. Muchas veces al verlos pequeños, algunos padres se aprovechan de ellos y cometen verdaderos abusos de autoridad.

· Al enseñar a los hijos a distinguir entre el bien y el mal, al formar en ellos una conciencia recta,a la vez que se trabaja por la paz.

Cuando los hijos son pequeños, los padres son como una “conciencia externa” de ellos (como Pepe Grillo en el cuento “Pinocho”), de allí la importancia de sus actos y juicios.

Exaltar el valor de la vida humana, su dignidad y su derecho. Tanto la vida de ellos mismos como la de los que lo rodean tiene un inmenso valor, desgraciadamente con tanta violencia (en los medios de comunicación, en el medio ambiente), los niños no aprecian este valor.

Pasos para lograr la paz (en la virtud)


Voluntad. Muchas veces aunque los niños conozcan el bien y el mal, les falta fuerza de voluntad, no han aprendido el hábito del esfuerzo, son niños “buenos”, pero tal vez estos niños no han aprendido a dominarse, ni a pensar en los demás, ni a sacrificarse, sienten que el mundo gira al rededor de ellos, muchos de estos niños se convierten en “tiranos”.

Exigencia. A los hijos hay que exigirles, claro que dentro de sus posibilidades, enseñarles a enfrentar los problemas y a esforzarse para resolverlos, que sepan sentirse orgullosos de haber sido capaces de realizar las cosas por sí mismos.

Valentía. Que tengan héroes que inspiren su vida, pero que sean héroes de grandes ideales, porque actualmente a los niños se les presenta la violencia como forma de heroísmo, necesitan de los padres para que les enseñen lo que es noble y grande.

Respeto. Cuidar que los niños no adquieran la costumbre de tomar las cosas de otro, por muy insignificante que sea el robo, y si estropea algo ajeno, pues hay que reponerlo, enseñarles que las cosas ajenas siempre se respetan.

Generosidad. Es algo que de por sí es difícil en los niños, es en esta edad cuando tienden a ser más egoístas, por ello es importante que ellos vean un buen ejemplo: cómo sus padres ayudan al necesitado o al que tiene algún problema (dentro de las propias posibilidades).

Para despertar en los niños el sentido de generosidad, se les puede acostumbrar desde pequeños a renunciar a algo suyo y compartirlo con algún otro niño.

Cortesía. Gastón Courtois ha dicho que la cortesía “es hija del respeto al prójimo y hermana de la caridad”. El que es cortés sabe que no es el centro del mundo, es una persona que piensa en los demás y en sus sentimientos.

El dominio de sí mismo es un elemento que va de la mano con la cortesía. Un niño que hace un coraje porque algo le ha salido mal o porque el hermano le rompió algo y no se le enseña a controlar, de grande le será muy difícil, si no es que imposible tener control de sus actos y mucho menos respeto por los demás.

Orden. Es un elemento esencial para que haya armonía y equilibrio en un hogar. Cuando hay orden en una casa, hay normas y límites, esto proporciona seguridad a los hijos y les enseña a tener disciplina.

Caridad. No puede dejarse de mencionar este valor esencial para que haya paz, pues es un elemento que determinará la calidad de la persona y su capacidad para relacionarse con los demás.

Buscar el bien personal y el de los demás es justamente lo que trae como consecuencia la paz.

La paz es el resultado de muchas actitudes, todas estas fundamentadas precisamente en la caridad, no entendida como limosna, sino como amor.

Gastón Courtois también escribió: “Cuando la caridad domina, la humanidad se engrandece. Cuando el egoísmo reina, la humanidad se rebaja”.

Qué responsabilidad tienen los papás de enseñar esta virtud en los hijos, en sus manos está el que haya sociedades justas y pacíficas.



EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS





Altísimo y omnipotente buen Señor,tuyas son las alabanzas,la gloria y el honor y toda bendición.A ti solo, Altísimo, te convieneny ningún hombre es digno de nombrarte.Alabado seas, mi Señor,en todas tus criaturas,especialmente en el Señor hermano sol,por quien nos das el día y nos iluminas.Y es bello y radiante con gran esplendor,de ti, Altísimo, lleva significación.Alabado seas, mi Señor,por la hermana luna y las estrellas,en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.Alabado seas, mi Señor, por el hermano vientoy por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,por todos ellos a tus criaturas das sustento.